Les comparto este artículo de mi amiga Carmen Villaseñor, espero que les guste.
UN VIAJE AL MAR
Verano de 1953…
Era indispensable asistir a ¨misa primera¨
a las cinco de la madrugada, casi siempre bajo un cielo estrellado, misa que se
nos hacía eterna, a la que yo trataba de acortar contando los mosaicos de dos
colores del largo piso de la parroquia,
e imaginándome como le saldrían iguales
los dibujos de alrededor que les daban forma de tapete…algo mejor, era ganar
lugar a la orilla de la banca que estuviera cerca de alguno de los altares
laterales dedicados a diferentes vírgenes y santos para así tener más en que
distraerme observando. El que más me gustaba era el dedicado a San Vicente de
Paul, de pie, un poco inclinado hacia el
frente, ofreciendo pan a dos hambrientos y descalzos niños que entrecruzaban
dulces miradas; más la mía no debía ser tan dulce, ya que al ver los panes del
santo me recordaba que yo iba en ayunas y que me urgía que la misa terminara
rápido. A esa hora asistían solo personas mayores, ancianos y ancianas quienes
vivían tan solitarios que buscaban compañía desde temprana hora en lugar de
permanecer insomnes en sus casas…
Por fín el “Deo Gratie”, era como la señal
para salir en estampida hacia el vehículo que nos transportaría a tan esperado
viaje al mar; el cual no podía ser algo mejor para esa clase de viajes que una
fuerte camioneta de las llamadas “doble tracción” por lo accidentado del
camino.
Como siempre, mi padre al volante, y a su
lado mi madre con el que en aquel tiempo fuera el más pequeño.
No deberían faltar las coloridas
pañoletas, ya que eran vehículos de carga
destapados, los “dramamines” y el último cancionero “Picot”, para que
todas las desafinadas hermanas, somos seis, y las primas invitadas,
desentonáramos una a una todas las canciones de su contenido, ante la súplica de los dos hermanos mayores
que entornaban sus ojos y se tapaban sus oídos…y así pasaban las primeras
horas…al principio una buena terracería que salía del pueblo con ondanadas de
vez en cuando debido al paso de los arroyos, y que a falta de puentes, durante
la época de lluvias algunas veces nos impedían pasar.
Seguíamos hacia una altísima cumbre
cubierta de robles, y en ocasiones envuelta en espesa neblina que nos obligaba
a ir a vuelta de rueda, y después de incontables y pronunciadas curvas,
bajábamos hacia un espeso valle tropical, de la bellísima región del Zapotillo,
La Resolana, la Villa de Purificación…poblado todo de parotas, rosa-moradas,
primaveras, caobas, y de vez en cuando, estanques visitados por patos y garzas.
Y…por fin a desayunar bajo la sombra de algún frondoso árbol de pochote a la
orilla del camino.
Más tarde, la parte más difícil, de nuevo
otra cuesta, no tan alta pero si muy angosta, y de un polvo suelto tan fino que
parecía talco, y a cada tumbo del vehículo, se levantaba tal nube de polvo que
no nos quedaba otro remedio que reírnos unos de otros por ver nuestros rostros
cenizos, las pestañas blancas, y nuestra piel ya un poco quemada por el sol…y
esto duraba hasta que bajábamos por las barrancas del Choncho, y continuar
hacia pequeños valles y lomeríos en los que el sol ya casi no penetraba debido
a la profusión de esbeltas palmeras de coquito de aceite que sombreaban
deliciosamente el resto del trayecto…ya olía a mar…y el gran premio era quien
fuera el primero en gritar que había divisado el océano cuando el vehículo remontaba
de nuevo alguna loma…ya sólamente de vez en cuando nos sorprendían los últimos
rayos de luz en la penumbra, era un sol que nos saludaba y se despedía a la vez
entre las palmeras...
Hacía el oscurecer, con la camioneta que
no se le podía distinguir su color, los mareados ya en mejores condiciones, el
paisaje y el viento que nos traía el aroma salobrego, nos avisaba la proximidad
de la ansiada playa.
Y al mismo tiempo aparecía el primer
letrero que decía “propiedad privada”, por el mismo sendero había otros que
decían “prohibido cazar”, “prohibido tirar basura en la playa”, “prohibido
esto” “prohibido el otro”…etc., pero también recuerdo la impresionante belleza
y pulcritud de la Tenacatita en tiempos de Don Rodolfo Paz Vizcaíno, a quien
conocí cuando recibió a mi padre, se saludaron y trataron el asunto del
hospedaje.
Nos instalaron en una nueva cabaña de
troncos de palma, techo de palapa, el piso era de la misma tierra y arena
apisonada y húmeda, tenían un baño con regadera, un W.C., un tambo de
doscientos litros con agua y una cubeta.
Lo que más nos llamaba la atención eran
los finos colchones con “box spring” que ahí conocimos, ya que en el pueblo
solo teníamos camas altas de latón o madera y con colchones y almohadas rellenas
de pochote.
Era un hotel muy especial, y si llegaban
otros amigos de Don Rodolfo a hospedarse y ya no había cabañas disponibles no
era problema, llamaba rápido a una cuadrilla de trabajadores y en unas horas
construían una nueva.
Ahí conocí las conchas más hermosas que
recuerdo, eran delgadas y tornasoles, había un puente colgante que cruzaba de
lado a lado la vena de mar que está en la punta de “ El Gorrión”, donde nos decían que vivía un
pez mero tan grande, que sobrepasaba lo ancho del puente, pero a este estaba
prohibido pescarlo, sólo era para admirarse…y así pasaban los días, deliciosos,
solo salíamos del agua para las horas de las comidas y a dormir.
Don Rodolfo platicaba con los mayores que
iba a hacerle gran publicidad a su Tenacatita, hasta en Hollywood, que pensaba
invitar artistas famosos y a muchas personas importantes.
Una mañana entró a la cabaña mi padre
exclamando “yo creo que ya mañana empacamos y emprendemos el regreso, acaba de
llegar a hospedarse el licenciado Don Agustín Yáñez, y cuando llega él, a los
demás huéspedes ya no nos van a hacer caso”…por su puesto que inmediatamente
quisimos ver quien era ese señor tan importante causante de que mi padre
decidiera adelantar un día nuestro regreso…y ahí estaba Don Agustín Yáñez, en
una terraza de palapa a la orilla del mar, en la cual a diario se instalaban
temprano, y al atardecer se guardaban unas hamacas de lona azul marino, sobre
una de las cuales recuerdo al licenciado Don Agustín descansando y conversando
calmadamente. Era bien sabido que a este
personaje le gustaban mucho las almejas blancas y que había que traérselas en
la avioneta de Don Rodolfo desde Acapulco, ya que las de esta región eran
negras.
¡Que señor tan importante pensaba yo!, sin
imaginarme que vivíamos el momento en que se gestaba la maravillosa novela de
Don Agustín titulada “Tierra Pródiga” y en diálogo con su principal
protagonista.
Ya de regreso, el tiempo se nos achicaba,
calmada el ansia de la aventura, comentando lo vivido, mi vista seguía viendo
olas en todas las superficies, no importaba cual fuese su textura…nuestra piel
reseca y tostada duraba días sabiendo a
sal… y el sonido de las olas me duraba por noches y noches mientras recordaba y
comenzaba a añorar el próximo viaje al mar.
Octubre 1980.
Primavera del 2012…
Ahora, a mis 65 años, desde la capital de
este hermoso estado de Colima, conduzco cómodamente por esta maravillosa
autopista, y en unos minutos estaré en la hermosa bahía de Santiago, cuando me
acerco y a mi izquierda, diviso los primero médanos de arena, descubro que no
he perdido la capacidad de asombrarme al aparecer en el horizonte ante mis
ojos, la inmensidad marina que me deslumbra y que me vuelve a emocionar igual
que de niña…mi mar de colores cambiantes, el que tanto he vivido en sus
atardeceres, en su bruma tempranera, en su bravura ciclónica y en las noches en
que parece acero derretido…
mar que he navegado acompañando sus mareas
de fondo, o su calma de espejo.
He vivido el mar en sus venas pacíficas a
las que me asomé a su mundo silencioso rodeada de sus peces de colores, me han
revolcado y acariciado suavemente sus olas,
en las que remonto todavía con el placer del reto, sintiendo en mi
cuerpo la misma adrenalina temerosa y placentera a la vez…aún no extraño la
temeridad juvenil.
Mar en el que he dormido tantas noches
hasta donde llega la última espuma de su marea nocturna, el sonido de sus olas
siempre ha sido mi mejor canción de arrullo, embravecido o calmo, para mí es
una sinfonía.
Quiero disfrutarte enamorada de tí:
mar de mujer
mar de esposa y amante
mar de madre
mar
de abuela
mi
eterno mar, que en tus aguas y arenas guardes mi final.
María del Carmen
Villaseñor Anguiano
Un buen artículo. Felicidades.
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