Hace tiempo se presentaría en la Royal Opera House de Autlán el notable actor Sir Walter Justanybody, conocido universalmente por sus notables apariciones en Londres, París y Roma, sin olvidar la inolvidable actuación que tuvo en el Real Teatro de la Resolana, representando “Las manos vacías” de Jean Paul Sartre, donde el público lo aclamó durante una hora, lo que provocó en más de uno hinchazón de manos. Después fue llevado en hombros al Resolana Ritz, acompañado por doce toros cebú ensillados (con lo incrédulos que son muchos, sobre todo los que no me leen, pues para que no anden con la trompa escarbando la humedad y con la cola espantándose las moscas, les informo que en ese lugar, en que estuvo el paraíso terrenal, los toros se ensillan y se montan; qué tal). Pues al día siguiente fue invitado a degustar unos riquísimos chacales a la diabla aderezados con mezcal de Tuxcacuesco, no les quiero contar lo que le sucedió al británico histrión, que lo tuvo abrazado a la porcelana los siguientes tres días, de modo que ya no pudo presentarse en Autlán, con lo que hubo necesidad de un sustituto.
Imagine usted lo que significaba para el empresario que presentaba la obra, éste sentía que su vida era el precio de su fracaso, además se representaría la gustada obra “El penado catorce”, obra en dos actos del notable autor francés Jean Nespas, pero ¿dónde conseguir un actor para suplirlo? Tolito, amable como siempre y conocido por sus dotes de convencimiento, que por otra parte han servido para que lo confundan con un connotado promotor de negocios internacionales, hizo que el empresario tuviera una leve luz de esperanza, total, qué más podía pasarle, por lo que decidió correr el riesgo con el neófito actor, no sin antes encarecerle que dado el dramatismo intrínseco de la obra necesitaba echar el resto, a lo que Tolito asintió.
Al comunicar a la familia que actuaría en la obra, todos se llenaron de felicidad, de forma repentina tuvieron que preparar ajuares para asistir a la gala. La tía Meme hasta bigoteras uso toda la mañana para que su nutrido mostacho luciera adecuadamente y como iba vestida de rojo y azul, muchos pensaron que se trataba de un anuncio espectacular. Las primas no podían ocultar la alegría de que su padre iniciara tan promisoria carrera, ya se sentían representando el teatro clásico en Londres o París. Si bien hubo el problema de que la tía Remedios no cabía en las butacas del teatro y habilitaron para que pudiera hacerlo, un equipal que pusieron a su insistencia en la parte delantera del proscenio y se notó que cuando ellas pasaron el público decía casi en secreto “ésas son las hijas del actor principal”.
Usted recordará sin duda la trama, en el primer acto nuestro héroe caía en chirona y se quejaba amargamente de su triste suerte, y en el segundo se procedía a la reivindicación del prisionero. El teatro lucía sus mejores galas, las limosinas se agolpaban por Borbon street, y, al fin, por el silencio que precede a las grandes obras, se podía escuchar el vuelo de un mosquito.
Al abrir el telón la escena mostraba un calabozo y se escuchaban voces de policías insultando a un prisionero, mezcladas con los quejidos de éste. Aparecieron tres jenízaros empujando a un prisionero, que como ya lo habrá adivinado era Tolito, salieron los policías y el tío inició el monologo que comenzaba diciendo “Pobre de mí, acusado injustamente voy a pudrirme en esta triste mazmorra”; para dar más dramatismo a la actuación, Tolito tomándose de los barrotes golpeaba su cabeza contra ellos, diciendo: “¡soy inocente, la vida me ha castigado!” y así seguía golpeándose la cabeza. El aplauso del público, impresionado por el realismo que el actor había demostrado, fue atronador, mientras el respetable se frotaba las manos esperando el clímax de la obra. No hubo necesidad de tercera llamada, desde la segunda todos estaban en su sitio, tras el telón se escuchaban voces confusas, el sonido de una ambulancia y otros ruidos. Se levantó el telón, la celda apareció de nuevo, cuando el empresario consternado dijo: “la obra se suspende porque acaban de llevarse al penado catorce a la Cruz Roja con graves heridas en la cabeza”. Ahí terminó la vocación teatral del buen tío.
Terminó su vocación a la escena, pero sus inquietudes intelectuales nunca pararon; en su diario escribió: “De niño la temía, de joven me asustaba, ahora la espero y sé que llegará de improviso”, en un principio pensé que era un tipo de oda a la diarrea, pero no, era a la muerte a la que se refería.
Sin embargo, sus inquietudes filosóficas lo llevaron a investigaciones tan profundas que alcanzaban cuestiones bíblicas, tales como si Adán y Eva tenían ombligo; o qué pasaría si las rodillas se doblaran al revés: cómo serían las sillas, acaso caminaríamos en sentido contrario a la cara o qué pasaría si en los Estados Unidos condenaran a muerte a un siamés, qué le pasaría al otro.
Desde luego que tenía influencias filosóficas, entre ellas era un admirador de las leyes de Murphy, que no sé si usted lo ha leído, pero es el tipo más pesimista de que se tenga memoria; alguna vez sentenció que cada que un pan se caiga en el desayuno, se caerá del lado de la mantequilla y también afirmó que “si algo tiene que salir mal, saldrá mal; y si algo tiene que salir bien, saldrá mal a pesar de todo”, otra sentencia de tan notable filósofo es que nada es tan malo nunca que no se pueda empeorar. Tolito, pues, seguía esta profunda filosofía y siempre trataba de considerar el peor lado de la vida, y es que a Tolito le chocaban los felizólogos, esos que afirman que la vida es bella, por tanto, cada vez que veía películas de Robin Williams le daban ganas de devolver el estómago, decía el tío que no hay nada más bello que la amargura de la vida.