lunes, 11 de abril de 2011

SIXTO

Por mucho tiempo mi abuela y sus hermanas acostumbraban ir por las tardes a casa de doña Socorro donde un grupo de señoras se reunían a coser y a la amena charla, durante la cual supongo, que la mayoría se dedicaban al deporte favorito de los habitantes de las pequeñas poblaciones: devorar al prójimo. Doña Soco, don Sixto y sus tres hijas tenían muchos años viviendo al lado de mis abuelos, desde antes que muriera el abuelo. Por ese rumbo no había muchas caras nuevas y todos eran gentes conocidas. Mi abuela era extremadamente seria, cuando menos yo nunca la escuche decir algo gracioso o reírse por algo, ya cuando mucho sonreía, sin embargo también hay que decir que jamás la vi ni enojada, ni siquiera molesta, podíamos decir que era amablemente seria. Por ello no creo que le entrara a la crítica aunque sí a la plática. Las que bien podían haber sido unas maestras en el arte de destazar al prójimo eran mis tías Austreberta y Soledad que cuando yo las conocí ya estaban jubiladas y si en aquella época no vivían con mi abuela, vivían al otro lado, la tía Berta muy simpática e inteligente y la tía Chole que no era lista pero extremadamente educada condenaba cualquier acto de vulgaridad. A la tertulia asistían otras muchas vecinas que se colocaban alrededor del patio rodeado de macetones con helechos que abrían un pasillo desde el cancel de ingreso. Rebeca, hermana de doña Soco era personaje muy importante en esas reuniones. A don Sixto le gustaba asistir al casino zacatecano, por encontrarse con paisanos e ingerir bebidas espirituosas muy de su gusto y como consecuencia de ésta agarraba unas melopeas de pronóstico reservado llegando a su casa avanzada la noche. Un buen día adelanto su regreso a casa y cuando aun estaban en la tertulia se escuchó su borrascosa voz que exigía: - Con cuarenta mil putas y setecientos mil chingadas. Ábranme. Mi tía Soledad ante lo soez del grito exclamó: - Qué conjunto tan horrible. Doña Rebeca se sintió en la obligación de defender a su hermana y dirigiéndose a su cuñado lo encaró diciendo: - Sixto, vienes borracho A lo cual la respuesta del interpelado fue dar un empellón a su cuñada al tiempo que le decía: - Quítate, tú vales siete chingadas. Visto lo cual doña Soco quiso defenderla al decir - Sixto…. El interpelado respondió con un nuevo empellón diciendo - Tú vales una chingada A lo que la abnegada esposa replicó - Tu siempre me haces menos. Y con esa remembranza que los que estaban ahí siempre recordaron, aquel día terminó mucho más temprano la tertulia de casa de doña soco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario