lunes, 2 de mayo de 2011

LA MUERTE DEL TIO TOLITO 2 DE 2

Algún metiche sugirió enterrarlo en la fosa común, pero la alcurnia de la familia se opuso, cómo vamos a poner un familiar revuelto con otros que pueden ser de diferente categoría; lo mismo da un cuerpo que otro, dijo el metiche, al cabo que al final es la misma gusanera.

Eso me hizo pensar que después de mi muerte me niego a ser enterrado en uno de esos panteones que parecen jardines en los que los muertos no tienen nombres, tumbas sin murciélagos y sin olor a humedad. En esos panteones ponen a unos “ maestros de ceremonia” que sin haber conocido al muerto, ya que éste asiste a la tortura sin su voluntad, y se tiene que soplar un montón de cursilerías acerca de un sujeto al que no conoció y que esperará la resurrección de la carne para vengarse del apologista. Decía el Maestro Gómez Robledo que lo cursi era lo sublime frustrado.

He pedido a mis futuros deudos que en lugar de contratar un asno que rebuzne cursilerías contraten a tres plañideras que vayan a llorarme, a mi me gustan los entierros con gente que llore, sin falsos elogios, que lloren y de preferencia con fuerte moqueo y que pretendan que les importa y es que ya decidí que no me cremen, a pesar de lo moderno y aparentemente práctico que resulta y no lo hago por respeto a los gusanos, cremarme sería un acto atentatorio contra ellos, imagine mi solitario lector, los gusanos deben estar esperando con verdadero entusiasmo el devorar mi humanidad, puedo asegurar que les van a dar unas agruras terribles con el banquetazo que les espera.

Pues mis primas decidieron cremar al tío y llevar sus restos a Tapalpa que tanto amó, para lanzar sus cenizas al campo, que por cierto fue lo más parecido a su deseo de yacer en tierra bruta.

Yo no sé por qué pero existe la costumbre de abrir el receptáculo para ver los restos corpóreos, como si hubiera diferencia entre las cenizas. Supe del caso de una querida amiga que tenía los restos de su suegra en su casa y ella usaba las cenizas para quitarse las agruras, de tal manera que terminó por comerse a su suegra.

Tolito no podía ser la excepción y decidieron que el pasado domingo lo llevarían a desparramar cerca de la Yerbabuena. El calor era inoportable, el sol pegaba a plomo sin que hubiera una sombra ni para remedio. Un insistente ventarron soplaba del poniente; muy sensatamente mis primas decidieron que no habría discursos, nos beberíamos dos botellas de ponche de don Cecilio en honor al tío, que tanto lo consumió en vida y una vez maromeados derramaríamos las cenizas.

La tía Meme no pudo venir – el dolor se lo impedía – en vez de dos nos tomamos seis botellas; surgió el llanto, alguien propuso hacer una cadena humana, a otro se le ocurrió un minuto de aplausos lo que no se a que vino porque Tolito ni era famoso mi nada. Por fin alguien sugirió que mirásemos la puesta de sol mientras desparramaban las cenizas, con tan mala suerte que al lanzarlas, un viento impetuoso sopló de frente y las cenizas del tío quedaron embarradas en los asistentes que quedamos como polvorones.

Yo no sé si mi tío descanse en paz habiendo quedado en las camisas y cachuchas de los presentes, pero para refrescar la tristeza volvimos sobre las de ponche, mientras alguien cantaba que cuando un amigo se va, algo se muere en el alma.

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