jueves, 10 de mayo de 2012

UN VIAJE AL MAR ... por Carmen Villaseñor


Les comparto este artículo de mi amiga Carmen Villaseñor, espero que les guste.


UN VIAJE AL MAR


Verano de 1953…
Era indispensable asistir a ¨misa primera¨ a las cinco de la madrugada, casi siempre bajo un cielo estrellado, misa que se nos hacía eterna, a la que yo trataba de acortar contando los mosaicos de dos colores del largo piso de la parroquia,
e imaginándome como le saldrían iguales los dibujos de alrededor que les daban forma de tapete…algo mejor, era ganar lugar a la orilla de la banca que estuviera cerca de alguno de los altares laterales dedicados a diferentes vírgenes y santos para así tener más en que distraerme observando. El que más me gustaba era el dedicado a San Vicente de Paul,  de pie, un poco inclinado hacia el frente, ofreciendo pan a dos hambrientos y descalzos niños que entrecruzaban dulces miradas; más la mía no debía ser tan dulce, ya que al ver los panes del santo me recordaba que yo iba en ayunas y que me urgía que la misa terminara rápido. A esa hora asistían solo personas mayores, ancianos y ancianas quienes vivían tan solitarios que buscaban compañía desde temprana hora en lugar de permanecer insomnes en sus casas…
Por fín el “Deo Gratie”, era como la señal para salir en estampida hacia el vehículo que nos transportaría a tan esperado viaje al mar; el cual no podía ser algo mejor para esa clase de viajes que una fuerte camioneta de las llamadas “doble tracción” por lo accidentado del camino.

Como siempre, mi padre al volante, y a su lado mi madre con el que en aquel tiempo fuera el más pequeño.
No deberían faltar las coloridas pañoletas, ya que eran vehículos de carga  destapados, los “dramamines” y el último cancionero “Picot”, para que todas las desafinadas hermanas, somos seis, y las primas invitadas, desentonáramos una a una todas las canciones de su contenido,  ante la súplica de los dos hermanos mayores que entornaban sus ojos y se tapaban sus oídos…y así pasaban las primeras horas…al principio una buena terracería que salía del pueblo con ondanadas de vez en cuando debido al paso de los arroyos, y que a falta de puentes, durante la época de lluvias algunas veces nos impedían pasar.
Seguíamos hacia una altísima cumbre cubierta de robles, y en ocasiones envuelta en espesa neblina que nos obligaba a ir a vuelta de rueda, y después de incontables y pronunciadas curvas, bajábamos hacia un espeso valle tropical, de la bellísima región del Zapotillo, La Resolana, la Villa de Purificación…poblado todo de parotas, rosa-moradas, primaveras, caobas, y de vez en cuando, estanques visitados por patos y garzas. Y…por fin a desayunar bajo la sombra de algún frondoso árbol de pochote a la orilla del camino.

Más tarde, la parte más difícil, de nuevo otra cuesta, no tan alta pero si muy angosta, y de un polvo suelto tan fino que parecía talco, y a cada tumbo del vehículo, se levantaba tal nube de polvo que no nos quedaba otro remedio que reírnos unos de otros por ver nuestros rostros cenizos, las pestañas blancas, y nuestra piel ya un poco quemada por el sol…y esto duraba hasta que bajábamos por las barrancas del Choncho, y continuar hacia pequeños valles y lomeríos en los que el sol ya casi no penetraba debido a la profusión de esbeltas palmeras de coquito de aceite que sombreaban deliciosamente el resto del trayecto…ya olía a mar…y el gran premio era quien fuera el primero en gritar que había divisado el océano cuando el vehículo remontaba de nuevo alguna loma…ya sólamente de vez en cuando nos sorprendían los últimos rayos de luz en la penumbra, era un sol que nos saludaba y se despedía a la vez entre las palmeras...

Hacía el oscurecer, con la camioneta que no se le podía distinguir su color, los mareados ya en mejores condiciones, el paisaje y el viento que nos traía el aroma salobrego, nos avisaba la proximidad de la ansiada playa.
Y al mismo tiempo aparecía el primer letrero que decía “propiedad privada”, por el mismo sendero había otros que decían “prohibido cazar”, “prohibido tirar basura en la playa”, “prohibido esto” “prohibido el otro”…etc., pero también recuerdo la impresionante belleza y pulcritud de la Tenacatita en tiempos de Don Rodolfo Paz Vizcaíno, a quien conocí cuando recibió a mi padre, se saludaron y trataron el asunto del hospedaje.
Nos instalaron en una nueva cabaña de troncos de palma, techo de palapa, el piso era de la misma tierra y arena apisonada y húmeda, tenían un baño con regadera, un W.C., un tambo de doscientos litros con agua y una cubeta.
Lo que más nos llamaba la atención eran los finos colchones con “box spring” que ahí conocimos, ya que en el pueblo solo teníamos camas altas de latón o madera y con colchones y almohadas rellenas de pochote.
Era un hotel muy especial, y si llegaban otros amigos de Don Rodolfo a hospedarse y ya no había cabañas disponibles no era problema, llamaba rápido a una cuadrilla de trabajadores y en unas horas construían una nueva.
Ahí conocí las conchas más hermosas que recuerdo, eran delgadas y tornasoles, había un puente colgante que cruzaba de lado a lado la vena de mar que está en la punta de  “ El Gorrión”, donde nos decían que vivía un pez mero tan grande, que sobrepasaba lo ancho del puente, pero a este estaba prohibido pescarlo, sólo era para admirarse…y así pasaban los días, deliciosos, solo salíamos del agua para las horas de las comidas y a dormir.
Don Rodolfo platicaba con los mayores que iba a hacerle gran publicidad a su Tenacatita, hasta en Hollywood, que pensaba invitar artistas famosos y a muchas personas importantes.
Una mañana entró a la cabaña mi padre exclamando “yo creo que ya mañana empacamos y emprendemos el regreso, acaba de llegar a hospedarse el licenciado Don Agustín Yáñez, y cuando llega él, a los demás huéspedes ya no nos van a hacer caso”…por su puesto que inmediatamente quisimos ver quien era ese señor tan importante causante de que mi padre decidiera adelantar un día nuestro regreso…y ahí estaba Don Agustín Yáñez, en una terraza de palapa a la orilla del mar, en la cual a diario se instalaban temprano, y al atardecer se guardaban unas hamacas de lona azul marino, sobre una de las cuales recuerdo al licenciado Don Agustín descansando y conversando calmadamente.  Era bien sabido que a este personaje le gustaban mucho las almejas blancas y que había que traérselas en la avioneta de Don Rodolfo desde Acapulco, ya que las de esta región eran negras.
¡Que señor tan importante pensaba yo!, sin imaginarme que vivíamos el momento en que se gestaba la maravillosa novela de Don Agustín titulada “Tierra Pródiga” y en diálogo con su principal protagonista.

Ya de regreso, el tiempo se nos achicaba, calmada el ansia de la aventura, comentando lo vivido, mi vista seguía viendo olas en todas las superficies, no importaba cual fuese su textura…nuestra piel reseca  y tostada duraba días sabiendo a sal… y el sonido de las olas me duraba por noches y noches mientras recordaba y comenzaba a añorar el próximo viaje al mar.
Octubre 1980.

Primavera del 2012…
Ahora, a mis 65 años, desde la capital de este hermoso estado de Colima, conduzco cómodamente por esta maravillosa autopista, y en unos minutos estaré en la hermosa bahía de Santiago, cuando me acerco y a mi izquierda, diviso los primero médanos de arena, descubro que no he perdido la capacidad de asombrarme al aparecer en el horizonte ante mis ojos, la inmensidad marina que me deslumbra y que me vuelve a emocionar igual que de niña…mi mar de colores cambiantes, el que tanto he vivido en sus atardeceres, en su bruma tempranera, en su bravura ciclónica y en las noches en que parece acero derretido…
mar que he navegado acompañando sus mareas de fondo, o su calma de espejo.
He vivido el mar en sus venas pacíficas a las que me asomé a su mundo silencioso rodeada de sus peces de colores, me han revolcado y acariciado suavemente sus olas,  en las que remonto todavía con el placer del reto, sintiendo en mi cuerpo la misma adrenalina temerosa y placentera a la vez…aún no extraño la temeridad juvenil.
Mar en el que he dormido tantas noches hasta donde llega la última espuma de su marea nocturna, el sonido de sus olas siempre ha sido mi mejor canción de arrullo, embravecido o calmo, para mí es una sinfonía.
Quiero disfrutarte enamorada de tí:
mar de niña
mar de mujer
mar de esposa y amante
mar de madre
 mar de abuela
 mi eterno mar, que en tus aguas y arenas guardes mi final.





María del Carmen Villaseñor Anguiano y el sonido  salca  y tostada duraba d no importaba cual fuese su textura...le gustaban mucho no y al atardecer se guardaban, u

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