lunes, 3 de enero de 2011

VIOLENCIA

A estas alturas mi tío Poncho ha de estarse dando vueltas en su tumba, recordará usted que mi tío fue el último hombre cien por ciento que habitó en este planeta, a partir de su muerte ya los porcentajes de machos más altos que se alcanzan son de 70 o 75%. Era famoso cómo mi tío Poncho acostumbraba leer el periódico El Informador rigurosamente al mediodía y su paciente esposa esperaba a que terminara cada hoja para darle la vuelta al periódico y que mi tío no se molestara en cambiar la página, ésos eran hombres, no pitufos…

Una vez charlando con su mujer acerca de que si los matrimonios se verían en la otra vida, la mujer presurosa contestó: yo firmé hasta que la muerte nos separe, nada más.

Pues resulta que un hijo de tan ínclito varón - me acabo de enterar y no lo puedo creer - es tan obediente con su mujer que para poder fumar tiene que salirse de la casa ¡qué barbaridad! ¡cómo cambian los tiempos! Si mi tío lo supiera se volvería a morir, no cabe duda que se murieron los gitanos que andan por el monte solos, están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo y si mi tío viviera le diría a su hijo: ni tú eres hijo de nadie, ni legítimo Camborio.

Y así está todo el mundo desde que la señora Echeverría decretó que las mujeres eran hombres. Éstas tomaron tal fuerza que los maridos no somos más que un grupo de aconejados sirvientes a sus órdenes. Yo no pretendo de ninguna manera que se ejerciten actos de violencia en contra de las mujeres, pero tampoco de los hombres; no es justo ver a los varones llegar al trabajo totalmente amoratados con una bolsita de uvas y con el alma en un hilo, si usted quiere ser honesto no juzgue de panzón a cualquier colega de trabajo, primero vea si no es una víctima de la violencia de las mujeres.

Por desgracia, en nuestro país el concepto de derechos humanos es medio singular. Así, los únicos derechos humanos que se defienden aquí son los de los homosexuales, que por otro lado qué bueno que los defiendan, pero ciertamente no creo que sean ninguna minoría omitida. Minoría la de los maridos, que tienen que sufrir las agresiones de sus cónyuges, y vea, mi solitario lector, si no es usted víctima de los maltratos de alguna bella fémina y cuanto más bella, más tirana; conozco una joven llamada Marcela que afirma que con sólo voltear a ver al marido, éste hará lo que ella diga, y dice que aunque lo duden.

¿Qué podemos esperar de un mundo gobernado tan abiertamente por las mujeres? Fíjese usted en la cantidad de maridos que llegan al trabajo los lunes fingiendo heridas deportivas, ninguna es cierta, todos, absolutamente todos fueron heridos por la mujer, y esto ni siquiera los de la violencia intrafamiliar lo toman en cuenta. Este es un llamado a la civilización a pedir a los maridos que se unan; el otro día, apenado porque un compañero de trabajo llegó golpeado, le dije que cómo se dejaba pegar, y cuando me disponía a darle un discurso sobre la dignidad humana, me contestó: al que me pega es a mí, no a ti, así que qué te importa.

Mi tío Tolito decía que a las mujeres no se les debe tocar ni con el pétalo de una rosa, pero mi tía no era del mismo criterio y acostumbraba flagelar las carnes de Tolito, haciendo las llaves de lucha libre: la quebradora, la de la rana y la doble Nelson, en la humanidad del tío; esto dos veces por semana, porque mi tía decía que esa resistencia al golpeteo era una prueba irreductible de amor. Yo no creo que mi tío hubiera estado de acuerdo porque varias veces lo vi con ganas de levantarle la mano, pero si se la hubiera levantado, se hubiera llevado tal madrina, que hubiera quedado peor que Salgado Macedonio en una cruda.

La desgracia de mi tío Tolito fue que a los agentes de derechos humanos este tipo de torturas los deja sin cuidado. Y no era poco el daño que recibía Tolito, los que conocieron a la tía Meme, afirmaban que tenía un cucu descomunal, capaz de nublar la vista periférica de cualquier ciudadano. Una vez que en una playa se le reventó la faja, la carne se desparramó sobre el tío Tolito, quien pensó que le había caído encima la ola verde; fue traumático para Tolito el fenómeno, tanto que a partir de aquel día lo más cerca del mar que llegó fue Zacatecas. Ante tal ferocidad de mujer, Tolito aguantó estoicamente la embestida y los golpes.

Esos malos tratos provocaron en mi tío Tolito el deseo de emigrar al norte, de tal manera que inició su periplo norteño y decidió viajar a Tijuana, donde supuso que sería más fácil pasar el borde. Ignoraba que los norteamericanos habían implementado un sistema de asuntos internos que prácticamente le hacían imposible el éxito en el intento. Contrató a un pollero para que lo trasladara a California, sin embargo, el muy pillo le bajó la lana y lo dejó, junto con otros, a medias del desierto, pero no del lado gringo sino de este lado. Ahí fue encontrado por los del programa Paisano, quienes fieles a su costumbre, despojaron a los sedientos y fallidos braseros de lo que les quedaba.

No dejo de contar que el pobre de Tolito tuvo que devolverse a Guadalajara y la única forma de vida que encontró, fue trabajando en un espectáculo de “Sólo para señoras”. Lo que era más vergonzoso era que salía como muestra de todo lo que no debe ser un table boy. Cosas del destino, ya que el resto de su vida fue acusado de haber tenido comercio carnal por un precio, por lo que había quienes en forma soez lo llamaron sexoservidor, cuando su mérito era precisamente el no servir.

Yo creo que en cierta forma tenía razón cuando afirmaba que si te casas con una muda te chinga a señas.

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