lunes, 27 de junio de 2011

AL FIN LAS VACACIONES 2 DE 2

Un taquero hacía su agosto vendiendo tacos al por mayor a cientos de gentes que se apiñaban al derredor del puesto; pensé en acercarme a mortificar esta carne corrupta y pecadora con esos tacos y cuando me proponía hacerlo, ya estaba salivando, llegó un sujeto en un Gremlin 70 – que algún día había sido verde- saco de la parte de atrás un perro muerto lanzándoselo al taquero al tiempo que le gritaba “ ya con éste me debes tres”, los rostros de gran parte de los concurrentes eran indescriptibles, yo desistí, pero otro nutrido grupo ni se dio por aludido y siguió con gran filosofía gozando de su perruno alimento.

Un cuate que estaba vendiendo lechuguilla se me acercó y dijo “ véngase gordito, pa que no esté ahí de playón sin hacer nada, gánese unos centavitos vendiendo lechuguilla” me decidí hacerle caso ya que es una de mis últimas oportunidades de vender algo sin iva. Pero debo decir que fue un error, en primer término me pusieron un mandil, que obviamente me quedaba chico y que decía Autlán de Santana, tierra de la lechuguilla, el mandil era de una tela conocida como mil rayas pero que a la hora de ponérmelo quedó como raya ancha. Fue un error, el orgullo me venció imagínese mi egregia figura toreando coches y camiones que vienen a más de cien kilómetros por hora que cuando más se paran, si lo hacen unos segundos en el semáforo. Debo reconocer que la venta era buena, pero el costo muy alto ya que para vender ochocientas lechuguillas tuve que aguantar cuando menos unos doce gargajazos (un par de ellos verdes) a más de multitud de mentadas de madre y un tecatazo entre ceja, oreja y madre.

Cansado del alto costo de la venta, comuniqué a mi empleador que ya no quería seguir vendiendo. Me respondió “Mira panzón, ya te metiste en esto y no te vas a rajar hasta que acabemos. Indignado traté de terminar la relación y hacer cuentas cuando una banda de grafiteros denominada “ el virus de oriente” – que yo creo que por la forma de golpear creo eran judiciales me amenazaron. Traté con todas mis fuerzas de devolver las lechuguillas que me quedaban, no me lo permitieron y después de darme una madriza monumental, en la que lo más que pude hacer fue darle a uno de estos salvajes con mi ojo en su rodilla. Después de golpearme los truhanes me grafitearon a placer.

A la hora que llegue a la Benemerita Cruz Roja, los paramédicos pensaban que yo era el campeón nacional de tatuajes. Desde luego que fui a presentar mi denuncia, que debo decir tuvo el mismo destino de casi todas, no sucede nada; unos policías me dijeron que a la colonia donde vendía la lechuguilla no pueden ni entrar, salvo que quisieran que los pintaran y grafitearan como a mi. Desde luego recordé los apoyos que el gobierno da a estos chicos (hijos de su soberana madre), lo que me parece muy bien, siempre y cuando no sea yo el lienzo.

Ya por la noche del viernes llegué a casa de ustedes hecho un desastre y decidido a no volverme a meter en lo que no me importa, ni hacer crónicas mensas acerca de las vacaciones ajenas.

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