martes, 23 de noviembre de 2010

DE GORDOS Y OTRAS DISCRIMINACIONES

Pues fíjese qué bruto, que no me había enterado lo infeliz que yo soy hasta que en un periódico vi un artículo que dice que hay que desterrar la imagen del gordito feliz que cuenta chistes. “Es una persona que sufre” dice la nota, y yo de animal que durante toda mi vida había pensado que era feliz; bueno soy de una familia en la que creía ser feliz mientras no estaba enterado de que es una familia que sufre: recuerdo que el Tío Tolito era famoso por su alegría, incluso se llegó a decir que qué bonito era ser pendejo, ya que él siempre se veía tan contento!..., pues estaba equivocado, su risa debió haber sido llanto, lo que él creía que era felicidad pues era tristeza.

En realidad no es cómodo ser gordo, pero yo no creo que sea motivo de felicidad o infelicidad, eso sí, en esta sociedad anoréxica y bulímica en la que vivimos el estar gordo es el máximo defecto que puede existir, seguido muy de cerca de fumar; por ejemplo en Estados Unidos si alguien saca un puro como los que yo me fumo, lo ven con tal horror que sería preferible traer una ametralladora o un chuchillo tirando sangre.

Mi primer recuerdo de los Estados Unidos era un camión que tenía una reja, tras de la cual iban los negros, y adelante los blancos. Me impresionó tanto que nunca pregunté en dónde íbamos los mexicanos. El racismo contra los negros ha disminuido en la misma medida que ha aumentado la segregación contra los fumadores; ahora usted puede ver a los fumadores en los estacionamientos y en la calle, fumándose sus cigarros casi con vergüenza y no falta que pase alguien que lo mire a uno con el desprecio que antes se usaba para ver a los negros atrás del camión: son diferentes formas de racismo.

Los gordos ante los ataques tenemos más defensa, porque somos “más muchos”. Ahora, que hay de gordos a gordos. Si usted, mi solitario lector, quiere ver a qué tipo de gordo pertenece, deberá hacerse de una sumadora para multiplicar su altura en metros al cuadrado, una vez que tenga esa medida, divídala entre su peso en kilos: con eso obtendrá el índice de masa corporal que usted tiene.

Si el resultado es menor a 18.5, es usted un esqueleto, dedíquese a comer antes que alguien descubra que su aparente felicidad por ser tan flaco es sufrimiento. Si su índice de masa corporal está entre 18.5 y 24.9 es usted un tipo normal, digo para estos efectos, que en todos los demás podrá estar usted como cabra de loco.

Si tiene entre 25 y 26.9 es usted gordito y puede caminar en la vida con sus michelines, como dicen los gallegos soportando la vida. Casi igual será si usted tiene entre 27 y 29.9, aunque aquí ya amenaza a su vida la gordura.

Después de este punto usted deja de ser gordo y entra a los grados de marranez que le pueden provocar preguntas incómodas. Hace tiempo iba entrando a un conocido club de la localidad y saludé a un amigo que iba con su hijo de cinco años, el cual, espantado ante la gordura, le preguntó a su padre porqué yo estaba tan gordo, y no hallando qué otra cosa contestarle -ya que su papá le dijo: cállate niño grosero- le dije que estaba tan gordo porque me comía a los niños de 6 años; debo decir que el niño no volvió a ir a su club hasta que cumplió 8 años.

Lo cierto es que estas humanidades (hablo de primera división exclusivamente) no se hacen en una gasolinera, son producto de la continua mortificación del cuerpo con todo aquello que es verdaderamente sabroso; puede usted quitarse los horrores de la carne y del colesterol a base de lechuguitas, pero eso no es buena vida. Tal vez usted quede en calidad de calaca, pero generalmente los muy flacos son biliosos: a más de que viven mas preocupados por su flacura que los gordos por su gordura obviamente cualquier gordo amanecerá un día queriendo perder kilos, por lo general empezará por querer hacer ejercicio, en cuyo intento fracasará dado que el sudor es muy cochino y aparte cansa, decidirá desayunar algún cereal que a mi juicio saben a viruta de madera y si a eso le agregamos que no toman leche por engordona pues sabrá a todos los rayos del mundo, por lo cual cualquier gordo decente preferirá suspender el desayuno. Si es que no se le cruza a media mañana una ahogada, una torta de amparito o una de la playita llegará a medio día con ganas de asesinar a quien se cruce por enfrente, para la comida tendrá que atacar sobre una lechuga sin aceite y acompañada de calabacitas cocidas (por otra parte muy sanas en cuanto a la aportación de radicales libres y de lograr el grado perfecto de ingesta de beta caroteno), de inmediato deberá dejar de platicar cualquier cosa simpática que se le ocurra, ya dijimos que lo que usted pensaba que era felicidad es sufrimiento y desde entonces, lo que usted considere que es sufrimiento es felicidad, de tal manera que, cuando usted quiera matar a alguien por no poder comer esa es la felicidad. Igualmente será felicidad cuando uno no pueda ir a un bar con los amigos por que solo puede tomar agua siempre y cuando no sea gaseosa, eso es felicidad, otra señal de felicidad es que platica uno que está en la dieta ideal, que puede comer “muchísimo” la verdad es que de dietas muy poco me pueden platicar, ya que en toda mi vida he bajando 2,850 kilos y todavía me faltan como 100.

Y así hay dietas que puede usted tomar pan, pero no podrá tomar aceite, habrá otras que podrá usted tomar mantequilla, pero salvo que se la embarre usted en la mano no se como se la pueda comer, habrá dietas que pueda comer chorizo; pero sopes con chorizo eso si que no se puede, así pues, después de este sesudo análisis, he concluido que tendré que entregarme en manos de la infelicidad, de tal modo que si usted me ve riéndome pues recuérdeme que debería de estar llorando.

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