martes, 30 de noviembre de 2010

DE MÚSICOS Y OTRAS DESGRACIAS.

No sé si usted guarda el mismo odio que yo a los guitarristas. Si usted llega a una reunión donde todavía queden conversadores de tronío, nunca faltará alguien que declare que accidentalmente trajo su guitarra, lo cual significa que usted tendrá que guardar su agradable conversación para otra ocasión y tendrá que escuchar al concertino en tanto que maúlla alguna canción de la trova cubana o de otro país y usted en silencio escucha, pero con mirada digna de homicidio. Y es que resulta terrible de escuchar “Tu amor me dejó turulato mientras se enfriaba mi café” la que es una rola de moda, cuando menos para quienes gustan de ese tipo de música.

Mi vecino el guitarrista sigue tratando de ejecutar una canción de Pink Floyd, que en su guitarra suena como el himno espiritual de los gatos capones, una verdadera venganza ambiental contra el silencio. Había una gata embarazada en el vecindario, la cual salió huyendo ante el avernal sonido. Tal vez lo que haga falta es alguien que, en nombre de la libertad, decida liberarnos de tan horrendos ruidos; imagínese usted, mi solitario lector, que alguien en aras de su tranquilidad emocional asesine al guitarrista de marras, la única consecuencia lógica que tendrá ese crimen será la tranquilidad de los vecinos. Yo sé que el entorno social no es apto para el silencio, pero sería mucho más agradable si el silencio fuese la consecuencia de que el profesional del instrumento muriera.

Todavía peor que los tocadores de guitarra, podemos encontrarnos con un sujeto que toque la armónica, pues el guitarrista cejará ante el primer balazo, en tanto que el flautista tocará aún después de que usted haya metido tres balazos en su humanidad. Yo creo que estos sujetos son la peor especie del mundo de los vegetales.

Me pregunto por qué los sujetos con aptitudes artísticas no se lanzan a sustituir estas aptitudes con actividades más silenciosas, porque sus ruidos causan daños y ni siquiera se tiene un registro de daños causados por los músicos amateurs, y hay quien pide que se considere como delito esta actividad. Conozco una amante de la guitarra, cuyo amante salió huyendo de su presencia en virtud de que la chica le tocaba la “Tocata y fuga” varias veces al día.

Yo por eso prefiero a los músicos que tocan piano de cola y lo cargan, son mucho más civilizados y si logran tocar algo, lo cual es igualmente desagradable que la guitarra, tiene uno la excusa de que el cuate trajo cargando su instrumento.

Pero en esta generación nadie se conforma con ser un sujeto común y corriente, el otro día en una librería me encontré a un orgulloso padre de familia que buscaba un libro acerca de cómo educar a un hijo genio que tenía, o que creía tener, ya que el único acto genial que había manifestado el niño de marras a los diez años era limpiarse los mocos con un pañuelo, hecho que a su progenitor le parecía genial; y yo me pregunto qué es lo que esperaba el padre: que el niño anduviese con los mocos de fuera o que se los hubiera limpiado con la camisa. Y es que los padres tenemos la creencia de que nuestros hijos son super dotados, nada más falso, los niños son común y corrientes, y es tan sólo el amor desmedido que les tenemos, lo que nos hace creer en su genialidad.

Tengo una hija que en su primera infancia se sintió poseída por el espíritu de Camille Claudel, lo cual trajo como resultado que todas las mesas de la casa estén embarradas de plastilina, de tal manera que si usted quiere tomar cacahuates, le van a saber a yeso o a algo parecido. Posteriormente la criatura reprobó palotes de kinder y lectura en silencio, lo cual fue interpretado por nosotros como que la maestra era una imbécil que no entendía que nuestro pimpollo entendiera a Aristófanes en griego. Años después nuestra “genio” descubrió que tenía vena musical, con lo cual nos tuvo escuchando Leonard Cohen, que es un tipo que canta como si estuviera eructando.

Al suscrito, como cualquier individuo normal, le causa gran placer que los brasileños sean tan buenos para jugar futbol, pero lo que no entiendo es la obligación de que porque los de la verde-amarela ganaron, la población tenga que estallar en música de samba y en la alegría brasileña. El suscrito es mexicano y amarguete, odia los efluvios de la gente alegre que quiere estar de ambiente a todas horas, y la verdad hubiera preferido que ganara Senegal en Corea para ver si en vez de la “alegría de la samba” estaríamos aguantando los tamborazos africanos.

Y a propósito de músicos, esta mañana tuve el gusto de pasar por el Templo mayor en la ciudad de México, donde hay un conjunto de “aztecas”, que estaban festejando la entrada del solsticio de verano, aunque a mí me parece que los tamborazos que pegaban podían haber anunciado el cambio de estación o la llegada de Argamedón; por temor a que me robaran el reloj, acepté que un colega espantara mis malas vibras con una especie de incensario, debo decir que después de las malas vibras que traía quedé igual, simplemente oliendo como si hubiera estado en una cantina en que se celebrara un congreso de fumadores de Delicados.

Para quien no haya asistido nunca al Zócalo de la ciudad capital, realmente resulta una aventura apasionante: encontrará usted, aparte de los indios, la gente de las más variadas etnias políticas, y después de observarlas pensará usted que López Obrador es un tipo normal. Me encontré una asociación contra el sionismo, quienes se molestaron conmigo porque les dije que Hitler pensaba lo mismo que ellos, lo cual fue suficiente para que insultasen mi humanidad inmisericordemente. Además, en la “plaza de todos” se reúnen todo género de protestantes; unos porque hace frío, otros porque hace calor, otros porque hace frío y calor, pero lo curioso es que diario son los mismos protestantes. El gobierno de la Ciudad de México se me hace muy inteligente, ya ha creado un conglomerado de protestantes profesionales, entrenados en gritar consignas, con ello se consigue combatir el desempleo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario