lunes, 25 de octubre de 2010

DE CHURROS ESPAÑOLES 1 DE 2

Pues después de un descanso, que merecidamente tuvieron mis solitarios lectores, vuelvo de forma inconsciente a torturalos con mis sesudos comentarios acerca de las circunstancias poco importantes de la vida, que ya habrá otros muchos que comenten los hechos trascendentes.

Nuestro diario, esperando que me cultive y diga menos tonterías, me envió con el propósito de conocer por qué los churros son idénticos en todas las churrerías españolas; y no me lo van a creer, tenía razón la dirección: los churros son igualitos unos con otro. Lo que no quedó igual fue mi corporiedad ¿se acuerdan de que había perdido cinco kilos?, pues ya los encontré, junto con otros cinco, que no se donde se me pegaron, seguro en las degustaciones que de dichos productos hice en forma masiva.

Pero sirvió el viaje para descubrir aspectos del viaje de los mexicanos, que nos pueden distinguir en cualquier sitio.

Es inveterada la situación de que los mexicanos no sabemos ni queremos aprender a leer folletos; por más que el pase de abordar diga que el avión saldrá por la puerta 28 a las siete de la tarde, los nacionales agolpamos en la referida puerta para varias veces preguntar si ese supuesto es cierto, de ahí que los despachadores terminen con ganas de ahorcar al que por enésima vez pregunta lo mismo. Una vez confirmado que ése es el avión, se escucha una voz gangosa que dice que el avión se va a retrasar, bueno, esto no siempre, pero a final de cuentas se oye la misma voz anunciando la salida del vuelo, especificando que el abordaje se hará primero los de las clases privilegiadas, los ancianos, los que traigan niños y los que necesiten asistencia especial, y que posteriormente subirán los sufridos viajeros de la clase perrier (Cotero dixit) de las filas 40 a la 60, después los de la fila 20 a la 39 y al final los de la seis a la 19; el anuncio anterior produce que el total de nacionales que ahí estemos nos vamos a agolpar desesperadamente ante la puerta valiéndonos maquina el número de asiento que tengamos.

Como los mexicanos tenemos un miedo endémico a que nos roben las maletas, pues registramos el mínimo posible y todos nos llevamos todo el garrero arriba del avión, lo que ocasiona que los espacios registrados para el equipaje de mano se llenen de inmediato y tengan que documentarse el resto. No falta alguno que teniendo un amigo que ya viajó y perdió su equipaje, siguió el consejo de ponerle un pompón de estambre colorado a la maleta. No quiero contarles que llegando al aeropuerto de Barajas, a la hora que bajaron las maletas, había 181 maletas con pompón colorado, y como las maletas son iguales, pues nadie daba con las suyas; se podía ver el rostro desencajado de los viajantes con la angustia de que su equipaje no llegara, y obvio, el del suscrito no llegó.

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