miércoles, 13 de octubre de 2010

PÓCIMAS MILAGROSAS 1 de 2

Comienza a preocuparme que en esta vida estamos sujetos a enfermedades y destinados a morir; aunque lo cierto es que lo que me agobia no es ni la enfermedad ni la muerte, sino el que no podamos hacer una cosa, ni la otra sin los médicos.

La vida ha cambiado mucho al respecto. En mi infancia recuerdo a Polidor u otro sujeto de los medios de entonces anunciando una chutama cuya publicidad decía mas o menos así: “Si usted amanece con la mirada nebulosa, con la boca sabiéndole a veinte de cobre, si dejó usted la pijama oliendo a mono de maromero, si su voz es ronca y al toser arroja flemas, sufre de fríos, calenturas, ganas de pasársela todo el día en cama –pero a lo menso-, si su viejo tiene dolores de cabeza o callosidades pedáneas, si sus manos tiemblan como maraquero, si al ir a hacer del cuerpo nota que el olor de excremento es desagradable, si a la hora de realizar el acto sexual su marido esta desganado, se hace el dormido o sencillamente no puede, si tiene cerrados los ojos cuando duerme por las noches, no quiere decir que su viejo este loco o acabado, simplemente lo que tiene escarnios coguturales del perifloro astárquico. Señora no deje morir a su viejo, transforme usted ese viejo aguado en un garañón, quítele esa voz ronca y cavernosa haciendo que vuelva a él la voz cantarina que la conquistó. La respuesta está en sus manos, como representante exclusivo de los laboratorios Maybe de Lausana Suiza, le vengo a ofrecer esta maravilla medica el “Fosfovitacal”, de la receta secreta de los hermanos Cartochi. Dos gotas de este medicamento tomadas a las seis de la mañana, con la panza mirando al Oriente, ofrecen en la mayoría de los casos salud, dinero, y amor. Pero no crea que vengo a hacer negocio, lo mío es un apostolado, no gano nada con vendérselos, a mi me paga y muy bien la Jealth & Lloung Corporation, no necesito dinero (para demostrarlo sacaban un rollo de billetes), de eso me sobra.

Tampoco quiero que esta maravilla quede como recurso para los ricos, no, yo quiero que todo este pueblo sufrido y globero se beneficie con los efectos milagrosos del mismo: si usted va a la botica (así les decían a las farmacias, que sólo había tres en la noble y leal), este producto le costará 25 pesotes y además se la esconderán porque si se la venden ya no necesitará ninguna otra medicina; yo aquí, y lo juro por la memoria de mi cabecita blanca, no vine a negociar, ese pomo que le venderían en otros sitios se los vendo no en diez, ni siquiera en cinco, se lo vendo en dos pesotes, qué digo, en dos, en un peso, y si no trae, le fío. Todo lo que quiero es su salud, no tiene usted nada que perder y para que vea mi buena voluntad, a los primeros cincuenta se los dejo a tostón, no puedo menos; y si no quiere pagar esto, pues cale a poner a su moribundo el tostón en la frente pa’ ver si se alivia. (Para esto tres o cuatro paleros pasaban a “comprar” lo que entusiasmaba al respetable, que de inmediato compraba el medicamento)”.

Desde luego que el medicamento no curaba y el enfermo fallecía –como lo haremos todos algún día-, pero él, en su muerte, no gastaba más que cincuenta centavos.

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