miércoles, 27 de octubre de 2010

DE CHURROS ESPAÑOLES 2 DE 2

Pues me dijeron que había sido embarcada por error a las Islas Polinesias, pero que no me preocupara, que en un par de días llegaría. Que se le extravíe el equipaje a un sujeto de peso regular es muy desagradable, pero que se me pierda a mí es un drama inenarrable. Usted recordará que tuve que conseguir una sotana de segundo cachete de un clérigo de la orden de San Benito, recién muerto. Y así anduve vestido por los madriles dos días de benedictino, lo cual daba un aspecto muy poco evangélico de la modestia de los clérigos al ingerir alimentos, y más extraño se hizo a los meseros, la forma desaforada del frate al ingerir bebidas espirituosas.

Además, a los mexicanos nos da mucho trabajo cambiar nuestras costumbres, así, un tipo que viajaba conmigo bajó a desayunar pidiendo unos chilaquiles con frijolitos y tortillas recién echadas; alguien le hizo notar que estábamos en España, a lo cual sin inmutarse dijo “ah, pues entonces que me traigan un vaso de leche con calabaza en tacha”. Otro preguntó que si la tarta era más como pastel o como pie, a lo cual el mesero, con la dulzura que caracteriza a los españoles, le dijo “pues una tarta es una tarta y ya “, con lo que quedó aclarado el asunto. Esto me hizo recordar cuando un torero de San Sebastián fue a torear a Sevilla y le comentó a Rafael “El Gallo” que se había retardado porque Sevilla estaba muy lejos, a lo que el divino calvo le respondió que Sevilla está donde debe estar, y si se tardó, fue por otra causa.

Por otro lado, los mexicanos siempre creemos estar en casa de nuestra señora madre y todos los platos se nos hace que están carentes de salsa, por lo cual volvemos locos a los meseros y pedimos, en este diminutivo tan mexicano, que nos traigan un bistecito con papitas y salsita de jitomate, a lo cual el mesero contesta que tiene sirloin, cordero, cabrito u otros, con lo que se arma la de Dios es Cristo porque en ese momento confirmamos que con España nos unen nuestras diferencias y nos separa un lenguaje común.

Y si en España es difícil, imagínese usted la cara que ponemos cuando un búlgaro que trabaja de mesero en Portugal le lee a uno la carta. Mi tío Tolito, Para evitarse ese problema, una vez se dirigió a un comensal que estaba degustando una langosta y señalándole al mesero el plato del señor que se lo comía, creyó indicarle al mesero que quería un plato como ese, pero el mesero entendió que quería ese plato, con lo cual tuvo que casi matarse para explicarle que ese plato era del señor que se lo estaba comiendo.

Otro viajero al terminar de comer pidió un mondadientes – esto en Madrid-, a lo que el mesero le contestó que de esa bebida no tenía pero que tenía brandy, coñac y jerez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario