miércoles, 18 de agosto de 2010

VIDA EN NUEVA YORK 3 DE 5

Eran triunfos efímeros ya que cuando se quedaba solo le daban unas depresiones tremendas, se sentía más abandonado que un funcionario del periodo de gobierno anterior y entonces le daba por llorar como si fuera un diluvio y enfadaba a los vendedores de hot dogs con sus quejas.

Lo que sí es que Bernardo era muy, pero muy holgazán, era tan perezoso que alguna vez que quiso fundar una familia, decidió buscar a una mujer que ya tuviera hijos o una que estuviera embarazada para no tener que tener el problema de embarazarla. Desde luego que nadie le hizo caso porque la propuesta también incluía que lo mantuvieran, como nadie quiso mantenerlo decidió no sin mucho pesar, porque el trabajo lo aterraba decidió jugar su última carta que era buscar a un paisano.

La llegada a una ciudad tiene mucho de tensionante, todo resulta extraño, sobre todo si la gente no entiende lo que tú dices. El tío recordó que Pedro Martín, un paisano suyo que era de Paredones, muy cerca de su tierra, que sabía que vivía en esta gran urbe, de manera que se lanzó a buscarlo ya que es siempre sabido que los paisanos acogen a los recién llegados. Supuso que Pedrito aquí se llamaría Pete Martin; así, preguntó y preguntó y nadie supo darle razón. Es increíble lo que cambia la vida en las diferentes ciudades, en Nueva York buscando y rebuscando no hallas a nadie aunque lo intentes, en tanto que en Arandas preguntas por señas, sin saber el nombre de quien buscas y en menos de una hora ya llegaste a la casa y si eres amigo de la casa estarás tomándote un tequila con botana, si es que se compadecen y te invitan, pero de que hallas la casa que buscas la hallas y allá el tío Bernardo se quedó sin localizar la casa de su paisano.

Tuvo que enfrentar la terrible realidad: estaba absolutamente solo en una ciudad desconocida y descubrió que sin dinero no podía vivir, salvo que usted considere vivir andar hurgando basureros y durmiendo en una banca de un parque y eso ciertamente no iba con el tío, quien decía que su cuerpecito estaba hecho para el confort y no para el sufrimiento, por lo que después de una profunda meditación resolvió ser recogedor de un espacio de fiestas infantiles, trabajo que desarrollaba vestido de payaso. Es sabido que a los pequeños monstruos en los festejos no les gusta comer sino destrozar la comida, la cual se queda intacta, sólo que revuelta, y con hambre, como estaba el tío, no importaba que estuviera un poco destrozada, resulta claro que más cornadas da el hambre y repartido en bolsas es suficiente para hacer tres comidas como Dios manda y hay que decir que los refrescos mezclados saben casi igual que como sabían cada uno independientemente.

Para dormir consiguió una chamba de velador en un club de suicidas, donde también dormía un tipo que decía que él solamente hablaba con los muertos, por eso sólo hablaba con los socios que ya se habían suicidado, a los vivos ni los pelaba. Con las dos chambas, si se quiere mal pagadas, sobrevivió inicialmente.

Además era un tipo de lo más disparatero y cambiaba frecuentemente una palabra por otra, así una vez en su trabajo le pidieron que hiciera una limpieza concienzuda del piso del local donde trabajaba, lo hizo y se presentó ante su jefe a decirle que había dejado el piso relinchando de limpio queriendo decir rechinando. Otra vez lo llevaron a ver un famoso puente atirantado de la isla, que a partir de ese día para él fue el puente agigantado. Así en una ocasión vio a un piquete de huelguistas y le comunicó a su compañera de trabajo que había visto a los trabajadores muy oriundos con sus plancartas. Eso provocaba que a veces no se entendiera ni solo.

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