jueves, 19 de agosto de 2010

VIDA EN NUEVA YORK 4 DE 5

Algunos meses después de haber llegado a la ciudad conoció a una guapa mujer llamada Shirley, originaria de Falfurrias Texas, aunque ella siempre afirmaba era oriunda de Manhattan. No tenía hijos ni estaba embarazada pero tenía un par de perros Irish Wolfhound, que por si no los conoce son una especie parecida a un caballo chico, no pony. Sus enojos los mostraba a señas porque era muda. Además se caracterizaba porque tenía unos ojos intensamente azules de mirada penetrante, lo que resaltaba porque además de ser muy intensa era bizca, sus ojos parecían foco de tren.

Como todo hombre que se precie de serlo, estaba sometido a los amorosos mandos de su amada esposa, que con ejemplar firmeza llevaba en casa la voz cantante. Ante ese hecho innegable al tío sólo le correspondía obedecer y callar. Con respecto a los mandos femeninos decía el tío con toda razón que si te casas con una muda te chinga a señas.

No fue fácil el encuentro, ambos estaban sentados en la misma banca, cuestiones del caprichoso destino. Él nada más al verla se dio cuenta de que ella era mujer y ella No tardó en percatarse de que el tío era hombre, conclusión a la que llegó al observar que los bigotes de su compañero eran notoriamente diferentes a los de una tía suya que vivía en Arkansas.

El amor no requiere de palabras, un vistazo, un encuentro de miradas y el romance nace, se nutre de miramientos, así permanecieron dos días suspirando el uno por el otro, hasta que el hambre le ganó al amor y fueron a comprar dos baguettes gigantes, él lo compró de carne cruda de búfalo, ella lo pidió de queso de soya, porque era vegetariana, como ninguno era gorrón cada quien pago el suyo y sin decir una palabra volvieron a la banca que para entonces no había sido ocupada, ¿casualidad o destino? El hecho es que fuera por la razón que haya sido estaba desocupada y cada uno se sentó de un lado de la banca, porque si se hubieran sentado en el mismo lado uno hubiera quedado encima del otro y aunque esa posición puede resultar muy cómoda para ciertas actividades, no es una posición cómoda para comer baguettes y menos para recoger las morusas. Se sentaron cada uno sin dejar de mirarse, ella mordió su baguette, él mordió el suyo. Salivaciones sin perder la mirada, otras mordidas hasta casi terminarse el bocadillo, se profundizó la mirada, él dejo el resto de su baguette, ella hizo lo mismo. Se acercaron, desde luego ellos, no los baguettes, se besaron y de ahí se fueron para no volverse a separar. Sin que nadie lo notara, pero lo cierto es que dejaron su basurero de baguettes a medio comer en la banca.

La boda fue en Central Park, vestidos con los mejores atuendos que pudieron encontrar para celebrar una ceremonia turquestana, que era lo que en ese tiempo estaba de moda en la ciudad, y como no pudieron encontrar a un ministro de ninguna religión conocida, habilitaron a un sujeto al parecer yugoslavo que traía un letrero en el que se anunciaba el fin de los tiempos y a señas les dijo algo que no entendieron, pero con eso consideraron que quedaron casados y el improvisado ministro quedó tan complacido que puso una agencia matrimonial que ha tenido mucho éxito entre algunos grupos sociales, tales como los policías de barrio, las estrellas de Broadway y los habitantes de algunas tribus que viven en las partes más recónditas del Amazonas, ya que adicionalmente a la ceremonia el ministro aparecía disfrazado de gorila y permitía a los contrayentes que lo atacaran a golpes, lo que causaba gran algarabía entre los tórtolos y sus invitados.

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